Desde su origen, el bombillo incandescente fue uno de los inventos más revolucionarios de la historia. La posibilidad de contar con una fuente de luz constante en cualquier momento de la jornada constituyó una de las más importantes victorias de la ciencia. Sin embargo, en actualidad la tecnología ha rebasado a este implemento, el cual demostrando cada vez más su obsolescencia debido a su alto consumo de energía. En un mundo que demanda soluciones energéticas más eficientes y amigables con el medio ambiente, las formas alternativas de iluminación van cobrando cada vez mayor auge. Una de éstas es la tecnología LED (siglas en inglés para “diodo emisor de luz”), la cual significa ahorros considerables en términos de consumo de electricidad, consiguiendo una intensidad similar de iluminación.
Los focos incandescentes generan energía luminosa al hacer pasar electricidad por un filamento, generalmente de carbono, dentro de un vacío creado por una bombilla de cristal. Al producir luz por medio de energía calórica, la vida útil de este tipo de focos es relativamente corta en comparación con tecnologías más recientes como los focos ahorradores fluorescentes y las lámparas LED.
Por su parte, las lámparas LED funcionan utilizando diodos luminiscentes, los cuales se agrupan para conseguir una mayor intensidad. Debido a sus características y a que no utilizan materiales incandescentes, este tipo de lámparas tienen una vida útil mucho mayor, además de requerir una cantidad muy pequeña de electricidad para operar.
Al poner de manifiesto tal cantidad de ventajas, pareciera que la tecnología LED deja en total obsolescencia a los focos convencionales. Puede ser que, tal como las lámparas ahorradoras fluorescentes reemplazaron de manera agresiva a los focos incandescentes, la tecnología LED acabe predominando en la iluminación de hogares y espacios de trabajo. Esto, al menos, hasta que surja una tecnología más eficiente que venga a reemplazarla.